Ya en la Antigua Grecia, se valoraba mucho la palabra, pues permitía expresar el pensamiento y entenderse con los demás, cuestión esencial para la buena convivencia. Por ello, durante las comidas o en los paseos por la ciudad, los ciudadanos griegos sostenían muchas conversaciones y, además, participaban en alegatos sobre asuntos de sus polis, de modo que las leyes que los rigieran se basaran en el bien común y surgieran de acuerdos ciudadanos. En este reportaje, los invitamos a hacer un breve recorrido para conocer cómo la convivencia se ha ido forjando en la estructura social desde tres ámbitos: histórico-cultural, filosófico y biológico.
Ya en la Antigua Grecia, se valoraba mucho la palabra, pues permitía expresar el pensamiento y entenderse con los demás, cuestión esencial para la buena convivencia. Por ello, durante las comidas o en los paseos por la ciudad, los ciudadanos griegos sostenían muchas conversaciones y, además, participaban en alegatos sobre asuntos de sus polis, de modo que las leyes que los rigieran se basaran en el bien común y surgieran de acuerdos ciudadanos. En este reportaje, los invitamos a hacer un breve recorrido para conocer cómo la convivencia se ha ido forjando en la estructura social desde tres ámbitos: histórico-cultural, filosófico y biológico.
Al echar un vistazo al desarrollo histórico de la humanidad, nos encontramos a menudo con la convivencia de civilizaciones y culturas que dieron como resultado un verdadero y positivo salto en la evolución humana. Sin embargo, también aparecen registros de momentos en que la convivencia no fue armónica y desembocó en fuertes altercados, incluso en sangrientas guerras, entre comunidades que no pudieron dirimir sus diferencias ni posicionar la autoridad en el espacio compartido. Cabe reconocer, eso sí, que ambas situaciones, las pacíficas y las adversas, brindan a los individuos la oportunidad de descubrir, conocer y ampliar su consciencia social para reorganizarse y seguir evolucionando juntos.
Pero ¿qué es la convivencia? ¿de qué se trata esta condición inherente a los seres humanos?
“Convivere” es un vocablo en latín que significa: entender las reglas, tener capacidad de sociabilidad y respetar para compartir en comunidad. Desglosada, el prefijo “con” se interpreta como “junto” y la palabra “vivere” contempla la propia existencia. Es decir, la vida en común y en un espacio compartido significa aceptar un marco de normas para desarrollarse en armonía y paz. Todas las disciplinas que se ocupan del ser humano, como la sociología, la antropología, la medicina y la psicología, entre otras, coinciden en que procurar una buena convivencia es crucial para la salud emocional y física de cualquier persona.
Apenas nacemos convivimos con integrantes de nuestra familia: padres, abuelos, hermanos, tíos y otros parientes. A medida que vamos creciendo se amplía nuestro radio de acción y nos vemos yendo a la escuela, a la educación superior, al trabajo, a todo tipo de lugares públicos.
Desde una mirada histórica y cultural
Un ejemplo digno de repasar en los anales de la historia occidental es el encuentro de Grecia y Roma, dónde esta última sociedad aprendió muchísimo de la otra e, incluso, absorbió gran parte de su cultura haciéndola propia. Así se amplió la base de la civilización europea que luego se expandió a otros continentes como América. Es importante considerar que el legado griego perdura hasta hoy en conceptos tan trascendentes como polis o ciudad, democracia, ciudadanía, estructuras urbanas, que encarnan la convivencia humana en nuestra sociedad.
Si repasamos la vida cotidiana en la antigua Grecia nos asombraríamos al darnos cuenta de cómo la “convivencia”, como la entendía ellos, está vigente en gloria y majestad en la actualidad. Repasando textos, pese a los 2.500 años que nos separan, los cambios culturales y los abismantes avances de la tecnología, se aprecia la similitud con las formas de vida actual. De hecho, los griegos crearon los principios democráticos y los pusieron en práctica con sus ciudadanos.
Gracias a vestigios arqueológicos, textos escritos y legados artísticos, nos podemos hacer una idea de la cotidianeidad de Atenas, la polis (junto a Esparta) más importante y representativa de la Grecia clásica, donde la organización política, hasta los siglos IV y III a.C., fue la de Estados independientes con gobiernos autónomos unidos por una misma cultura (koiné) y un mismo idioma. Estas polis hacían alianzas a veces y en otras ocasiones se enfrentaban en guerras, aunque mantenían un fluido trajín comercial.
Cómo era la convivencia en la Antigua Grecia
Atenas se levantó como un poderoso centro cultural, artístico y filosófico, con un sistema democrático en el que los ciudadanos (que para ellos eran los hombres nacidos libres, de padres atenienses y mayores de 31 años) podían elegir y ser candidatos a gobernantes, votar las leyes y ser designados como jueces.
En cuanto a religión, eran politeístas, valiéndose de mitos que narraban las historias de sus dioses y hacían celebraciones en honor a ellos. Tal es el caso de los Juegos Olímpicos que se celebran en homenaje a Zeus. También los griegos se sentían herederos de un pasado compartido y por eso valoraban los poemas homéricos que reflejaban ese pasado, por ejemplo, cuando se unieron para luchar contra los troyanos. Y a los niños desde pequeños se les hacía recitar y memorizar los versos de Homero, para que aprendieran sobre creencias, costumbres e ideales, asuntos fundamentales en su formación social y cultural.
Los estilos de vida en sociedad se podían distinguir en el f lujo cotidiano de quienes habitaban los pequeños Estados, siempre acorde al estatus según clase social, la que estaba determinado por la condición de ciudadano o no del individuo y por su grado de riqueza material.
En general, se valoraba mucho la palabra, pues permitía expresar el pensamiento y entenderse con los demás, cuestión esencial para la buena convivencia. Por ello, durante las comidas o en los paseos por la ciudad, los ciudadanos griegos sostenían muchas conversaciones, en especial les gustaba escuchar los relatos de los discursos políticos, las enseñanzas de los sabios y también participar en alegatos sobre asuntos de sus polis, pues consideraban fundamental ejercer sus deberes y derechos, de modo que las leyes que los rigieran se basaran en el bien común y surgieran de acuerdos ciudadanos.
Mientras, los hombres “libres” (no esclavos ni de otra categoría social) se desenvolvían en la actividad pública, las mujeres, modestas o acomodadas, carecían de derechos civiles. Ellas debían hacerse cargo del hogar, dedicarse a cocinar, a ir de compras o a vender en el mercado si lo necesitaban y a la crianza de los hijos. Esencialmente, eran concebidas como educadoras y madres.
Era en el ágora, la plaza central, el corazón de la polis, donde bullía la vida pública. Allí se cruzaban las amas de casa, los esclavos, los ciudadanos, los mercaderes y los f ilósofos que se paseaban enseñando. El intercambio de noticias se daba también en los baños públicos, al que acudían hombres y mujeres en espacios separados. Las mujeres de clases más pudientes no asistían porque tenían baños en sus propias viviendas.
Por otro lado, es justamente en la Antigua Grecia donde surgieron las “escuelas”, pero entendidas en un sentido diferente al actual. Ahí un líder intelectual se dedicaba a enseñar distintas materias a un reducido número de seguidores. Esto lo vemos en la Escuela Pitagórica, en la Academia de Platón, en la “Stoa” de los estoicos (escuela estoica, ubicada en el pórtico pintado de Atenas) y en el Liceo de Aristóteles.
El reportaje completo en la Revista de Educación N°398.